Sí, a mí me encantan los animales. Todos. Pero vivir con ellos ya es otra historia...
En mi casa en España hemos tenido siempre gatos, de hecho todo el barrio está lleno de gatos, y en los últimos años hemos tenido también un perro que es el hazmerreír de todos los gatos del barrio porque es pequeño y sus ladridos amenazantes son poco creíbles y no asustan a nadie.
Y después de haber convivido con gatos y perros puedo decir con conocimiento de causa que es mucho más agradable tener gatos. Cuando te apetece juegas con ellos, los pones a dormir en tu regazo mientras ves la tele y les rascas detrás de las orejas. Pero cuando tienes otras cosas que hacer, pues a la calle y ellos se van por ahí de ligoteo, de excursion o a arreglar asuntos suyos. Pero a su rollo.
En cambio un perro requiere tu atención completa el 100% del tiempo, aunque no tengas ganas, y lo tienes que sacar a pasear varias veces al día (incluso a horas intempestivas de la mañana). Y el rollo ése de que son más leales y fieles, y demás argumentos perrófilos, pues la verdad no me compensa tanta tocada de narices en momentos inoportunos.
Y todo esta digresión viene a cuento de que hace unos días dos amigos distintos, al marcharse de vacaciones casi al mismo tiempo, me pidieron cada uno por su lado que cuidara a su perro y a sus gatos, respectivamente.
Aquí debo aclarar que la gente de este país, la gran mayoría de ellos sin gran cosa que llevarse a la boca, se comen a los perros y gatos, y por esta razón no se ve a ninguno por la calle. Por lo tanto, si tienes uno como animal de compañía, más te vale tenerlo encerrado en casa y sacarlo a pasear bajo estricta vigilancia si no quieres que desaparezca misteriosamente y adiós muy buenas.
Los adorables gatos que estos días me toca cuidar con sumo cuidado, ya que un hermano suyo desapareció misteriosamente hace unos meses aunque todo parece indicar que acabó en la cazuela de uno de los vecinos del edificio...
Así que, conociendo mi fama de persona de fiar y amante de los animales (y modesta también) mis dos amigos acudieron a mí desesperados para pedirme (suplicarme) que me hiciera cargo de sus pequeñines mientras ellos estaban fuera. Al no tener a nadie más a quién pedírselo me ofrecieron todo tipo de favores a cambio, así que al final acepté y llevo casi una semana con esquizofrenia inmobiliaria, con las llaves de 3 pisos distintos en mi haber y pasando cada noche en un sitio distinto. Bueno, la mayoría de ellas las paso en la casa del perro, ya que como he dicho al principio es el que más cuidados y atención necesita. Y así llevo una semana casi sin poder dormir y con todos mis calcetines y zapatillas hechos un desastre, ya que Pambo (así se llama el joven perrillo inquieto) tiene ganas de jugar a todas horas del día o de la noche. Sigh, dos semanas más...
Aquí tenéis a Pambo, siempre con una oreja arriba y otra abajo. Aunque la mayoría de vecinos lo llaman Mambo (por su carácter inquieto) o Rambo (por la guerra que da), su nombre en Swahili significa joya. Pues eso, menuda joyita me ha tocado cuidar...